POR VICTOR MANUEL PEREZ OCAMPO (HEISMAN)
Parece que fue ayer pero justo hoy han transcurrido 18 años en que el mejor coach del noreste de México falleció, me refiero al Dr. Jorge Alonso Castro Medina. Para sus compañeros en los Pumas de la UNAM el “Candy” para nosotros en Saltillo sencillamente el Coach Castro. Eran las 7 de la mañana con 20 minutos del 19 de febrero de 2004 cuando ingresó a mi salón, el 22 en el Ateneo Fuente donde estaba impartiendo la clase de Historia Universal, el conserje para comunicarme así en seco: “Dice el ingeniero (director del plantel), que se presente a la dirección que murió el coach Castro”.
Si bien yo ya no estaba inmerso en las actividades deportivas de la UA de C desde hacía años, apenas la noche anterior había tomado café con él, con Carlos Ayala y Pepe Marroquín pues nos había convocado precisamente el Lic. Ayala entonces director general del Inedec y quien pretendía resolver una problemática en la liga infantil de football americano local, deseaba escucharnos, conocer puntos de vista para encontrar soluciones.
La reunión fue en un restaurante del Blvd. Francisco Coss casi frente al teatro de la ciudad, por alguna razón los que llegamos primero fuimos el coach Castro y yo, así que tuvimos oportunidad de charlar un buen rato antes de que llegaran los otros dos personajes. A la distancia y con la mente puesta en esa noche creo recordar esa luz débil de unos ojos que miraban de manera evocativa, diríamos nostálgica. Posiblemente en el interior su alma se estaba despidiendo. ¿Cuántas veces no vi esos ojos frente a frente en los entrenamientos cuando se ponía tras el hall y yo asomaba por encima de los corredores para escuchar la jugada que quería que practicáramos?
Había aprendido, cuando me acercaba a la línea lateral del campo, a ver en esos ojos aprobación, negación, incluso miradas de preocupación cuando estuvimos al borde de las derrotas. De tristeza cuando no pudimos salvar el barco en temporadas que nos quedamos en la orilla. Creo que la perfección llegó cuando ya solo bastaba ver su mirada y la jugada que seguía era la que ambos habíamos pensado. Fueron 8 temporadas continuas pero fueron muchos más años y circunstancias las que me permitieron conocer a ese hombre bueno, al buen padre de una familia hermosa que formó con Cuquita y sus niñas: Jenny, Ale y Patita.
El futbol americano ha sido otro después de Jorge Castro, no sé si para bien o para mal ni lo quiero abordar. Pero lo que sí sé es que su ausencia aún aflige a muchas personas que le conocimos y que nos hubiera gustado tenerlo hasta una larga vejez para recordar junto a él y en pláticas interminables todos aquellos días en que su futbol fue el mejor que se practicó en esta región.
Hoy se le recuerda con el mismo respeto y cariño que se le profesó al mejor coach, ¡mi coach Castro!
